sábado, 28 de marzo de 2015

Cuentos de Cazadores



CUENTOS DE CAZADORES
Hace unos días toco a mi puerta un joven sonriente, abogado de profesión y escritor de sentimiento, al que me unen lazos de amistad forjados a los largo de muchos años entre su familia y la mía.. traía en sus manos un pequeño envoltorio de papeles que quería someterlos a mi humilde experiencia como periodista… pase horas leyendo un interesante compendio de cuentos, algunos simpáticos, otros nostálgicos, pero todos permeados de ese atractivo que suponen las historias desconocidas y que precisamente por locales, se convierten en relatos atrayentes. ..De inmediato le propuse publicarlos en mi  blogs, que es de momento, mi Editorial mas cercana…..Entonces a partir de hoy tendré el placer de regalarles uno a uno los CUENTOS DE CAZADORES, de mi entrañable amigo JULIO ESCUDERO LAMELA.
CAPÍTULO I : PAPI MARCIANO.
Por : JULIO ESCUDERO LAMELA
Marciano Julio Escudero Torres (conocido como Papi Marciano), mi padre (de noventa años), natural de Gua, por Campechuela, desde joven vive en Julia, cerca del antiguo central “Fulton”, de Mabay (hoy “Arquímedes Colina Antúnez”), en el término municipal de Bayamo, a donde con sólo catorce años vino a trabajar, con su padre Abelardo y sus hermanos Plácido y Miguel Ángel, a una carpintería de carretería (donde se hacían y reparaban las carretas con que se tiraba la caña de los cañaverales al central), carpintería en la que siguió laborando hasta que se jubiló.  
No por obligada y dura la diaria actividad cansaba a Papi, lo hastiaba o lo deprimía, nada de eso, no en el caso de mi padre, trabajador incansable quien para ser feliz sólo ha necesitado vivir y ha concebido la vida como la lucha constante por sí mismo y por los suyos.  Con esas convicciones simples pero sólidas Papi siempre se entregó con pasión a la vida y, si bien no se hizo millonario, lo que tampoco buscó, sobrevivió períodos duros, se casó con Mami Lolita, a quien siempre amó, con quien crió a sus hijos: Leila, Jorge y yo, y es un hombre digno, querido y respetado por quienes lo conocen, ninguno de los cuales duda que este humilde carpintero es un todo un artista.
Cuando el joven Escudero Torres se casó y fue a vivir a Julia, a lo de la joven Lamela Batista, una finca a la orilla del río Babatuaba,  había una larga carrera de plátanos machos y marteños, que ningún humano hurtaba pero las aves del río, sobre todo gallinetas, los dejaban en la cáscara.  Era una verdadera plaga que la pareja veía con pesar pero con impotencia, porque el recién estrenado “hombre de la casa” se sentía demasiado crecido para andar tirando piedras.
Pililo, un buen amigo, le prestó un fusilito mecánico y le instruyó en su manejo.  Papi entrenó primero con unas latas y después con una diana.  El pulso preciso y la visión aguda del joven carpintero ayudaron mucho a sus rápidos progresos. Llegó el momento en que ya no fallaba.  Entonces empezó a “desmontar” gallinetas, aun desde la cocina, con lo que los plátanos no sólo estuvieron protegidos sino que ganaron en calorías pasando a ser plátanos proteicos.  Dice que se cansó de comer gallinetas.  Tal fue el inicio de quien luego sería un gran tirador y cazador.
Su primer accesorio de caza fue el zurrón: un bolso al que le cabían exactamente once guineas.  Logradas, Papi regresaba a la casa, donde la familia comía carne fresca. La que no cocinaba, Mami la deshuesaba y salaba, para que alcanzara hasta la próxima cacería, el otro fin de semana, el único tiempo libre.  Amén de ayuda al sustento de la familia, la caza tornóse afición y pasión.
El “rifle” que luego se compró, un preciso fusil Remington calibre 22, (“Marca-U”), disparando parecía una prolongación del brazo y la mente del dueño, pero era un frío instrumento de muerte de quien nunca se confió.  El rifle hacía su trabajo y mi padre lo limpiaba, pero sin afinidad.  Decía que no debía ser de otra forma entre un hombre y un arma de fuego.  Incluso le ofreció el fusil al joven revolucionario Pacho Rosa (hoy mártir) si lo necesitaba para alzarse en la Sierra. 

Hombre de paz, Papi gustaba cazar solo.  Se sentía cómodo en el silencio, el frescor y la soledad del monte, lejos del ruido de la sierra, el calor de la fragua, o las preocupaciones por la familia.
Sé que yo habría sido la excepción, que mi papá gustoso me habría llevado y enseñado a cazar, que habríamos compartido innumerables aventuras y que hoy podría relatar muchas historias sobre nosotros en el monte.  Sin embargo, nacido cuando Papi tenía cuarenta y nueve años, no tuve el privilegio de cazar junto a él.
Contradictoriamente, cuando la Revolución recogió los fusiles privados, Papi esperó un tiempo,  luego se compró una escopeta de cartuchos, hizo un solo disparo, no le gustó, la vendió con todo y cartuchos, y en definitivas no cazó nunca más.
De mi padre sí he oído con asombro numerosos relatos de caza, y no sin orgullo también los he escuchado de boca de mis tíos y primos mayores, quienes en las actuales tertulias de cazadores no dejan de contar las hazañas de mi viejo, siempre en un tono de admiración, al punto que hasta le han hecho homenajes. 
De ese patrimonio histórico cinegético familiar es la selección de relatos que a continuación acompaño.
Continuara………

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