CUENTOS
DE CAZADORES
Hace
unos días toco a mi puerta un joven sonriente, abogado de profesión y escritor
de sentimiento, al que me unen lazos de amistad forjados a los largo de muchos
años entre su familia y la mía.. traía en sus manos un pequeño envoltorio de
papeles que quería someterlos a mi humilde experiencia como periodista… pase
horas leyendo un interesante compendio de cuentos, algunos simpáticos, otros nostálgicos,
pero todos permeados de ese atractivo que suponen las historias desconocidas y
que precisamente por locales, se convierten en relatos atrayentes. ..De inmediato
le propuse publicarlos en mi blogs, que
es de momento, mi Editorial mas cercana…..Entonces a partir de hoy tendré el
placer de regalarles uno a uno los CUENTOS DE CAZADORES, de mi entrañable amigo
JULIO ESCUDERO LAMELA.
CAPÍTULO I : PAPI MARCIANO.
Por : JULIO ESCUDERO LAMELA
Marciano Julio
Escudero Torres (conocido como Papi Marciano), mi padre (de noventa años),
natural de Gua, por Campechuela, desde joven vive en Julia, cerca del antiguo central
“Fulton”, de Mabay (hoy “Arquímedes Colina Antúnez”), en el término municipal
de Bayamo, a donde con sólo catorce años vino a trabajar, con su padre Abelardo
y sus hermanos Plácido y Miguel Ángel, a una carpintería de carretería (donde
se hacían y reparaban las carretas con que se tiraba la caña de los cañaverales
al central), carpintería en la que siguió laborando hasta que se jubiló.
No por obligada y
dura la diaria actividad cansaba a Papi, lo hastiaba o lo deprimía, nada de
eso, no en el caso de mi padre, trabajador incansable quien para ser feliz sólo
ha necesitado vivir y ha concebido la vida como la lucha constante por sí mismo
y por los suyos. Con esas convicciones
simples pero sólidas Papi siempre se entregó con pasión a la vida y, si bien no
se hizo millonario, lo que tampoco buscó, sobrevivió períodos duros, se casó
con Mami Lolita, a quien siempre amó, con quien crió a sus hijos: Leila, Jorge
y yo, y es un hombre digno, querido y respetado por quienes lo conocen, ninguno
de los cuales duda que este humilde carpintero es un todo un artista.
Cuando el joven
Escudero Torres se casó y fue a vivir a Julia, a lo de la joven Lamela Batista,
una finca a la orilla del río Babatuaba,
había una larga carrera de plátanos machos y marteños, que ningún humano
hurtaba pero las aves del río, sobre todo gallinetas, los dejaban en la
cáscara. Era una verdadera plaga que la
pareja veía con pesar pero con impotencia, porque el recién estrenado “hombre
de la casa” se sentía demasiado crecido para andar tirando piedras.
Pililo, un buen
amigo, le prestó un fusilito mecánico y le instruyó en su manejo. Papi entrenó primero con unas latas y después
con una diana. El pulso preciso y la
visión aguda del joven carpintero ayudaron mucho a sus rápidos progresos. Llegó
el momento en que ya no fallaba.
Entonces empezó a “desmontar” gallinetas, aun desde la cocina, con lo
que los plátanos no sólo estuvieron protegidos sino que ganaron en calorías
pasando a ser plátanos proteicos. Dice
que se cansó de comer gallinetas. Tal
fue el inicio de quien luego sería un gran tirador y cazador.
Su primer accesorio de
caza fue el zurrón: un bolso al que le cabían exactamente once guineas. Logradas, Papi regresaba a la casa, donde la
familia comía carne fresca. La que no cocinaba, Mami la deshuesaba y salaba, para
que alcanzara hasta la próxima cacería, el otro fin de semana, el único tiempo
libre. Amén de ayuda al sustento de la
familia, la caza tornóse afición y pasión.
El “rifle” que luego se
compró, un preciso fusil Remington
calibre 22, (“Marca-U”), disparando parecía una prolongación del brazo y la
mente del dueño, pero era un frío instrumento de muerte de quien nunca se
confió. El rifle hacía su trabajo y mi
padre lo limpiaba, pero sin afinidad.
Decía que no debía ser de otra forma entre un hombre y un arma de
fuego. Incluso le ofreció el fusil al
joven revolucionario Pacho Rosa (hoy mártir) si lo necesitaba para alzarse en la Sierra.
Hombre de paz, Papi
gustaba cazar solo. Se sentía cómodo en
el silencio, el frescor y la soledad del monte, lejos del ruido de la sierra,
el calor de la fragua, o las preocupaciones por la familia.
Sé que yo habría sido la
excepción, que mi papá gustoso me habría llevado y enseñado a cazar, que
habríamos compartido innumerables aventuras y que hoy podría relatar muchas
historias sobre nosotros en el monte.
Sin embargo, nacido cuando Papi tenía cuarenta y nueve años, no tuve el
privilegio de cazar junto a él.
Contradictoriamente,
cuando la Revolución
recogió los fusiles privados, Papi esperó un tiempo, luego se compró una escopeta de cartuchos,
hizo un solo disparo, no le gustó, la vendió con todo y cartuchos, y en
definitivas no cazó nunca más.
De mi padre sí he oído
con asombro numerosos relatos de caza, y no sin orgullo también los he
escuchado de boca de mis tíos y primos mayores, quienes en las actuales
tertulias de cazadores no dejan de contar las hazañas de mi viejo, siempre en
un tono de admiración, al punto que hasta le han hecho homenajes.
De ese patrimonio
histórico cinegético familiar es la selección de relatos que a continuación
acompaño.
Continuara………
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