Cuando
crezcan los laureles
Por gloria guerrero pereda.
Vista hace fe y me fui al
parque de Bayamo esta mañana. Su nombre real es Plaza de la Revolución,
escenario de la historia y de cuanto acontecimiento social o sentimental
acompaña la memoria de los habitantes de la Segunda Villa fundada en la isla de
Cuba y desde tiempos pretéritos Monumento Nacional.
Pero yo, como casi todos,
prefiero llamarlo el parque, mi parque, el de las retretas de los fines de
semana, el de la adolescencia, el de los amores extraviados, el de las vueltas
al revés, el de Carlos Manuel de Céspedes erguido para siempre, el de
Perucho y el himno, el de las
discusiones interminables de la pelota , el lugar del fresco y el descanso y solo en el tiempo que transcurre
lentamente, una de las herencias más hermosas para los que vienen creciendo.
Por estos días el parque vuelve
a ser noticia, comentarios, fotos en las redes sociales, la gente comentando a
toda hora, porque sus grandes árboles, de inmensas copas verdes y frescas, han
desaparecido, dejando un espacio abierto, implacablemente solitario, huérfano,
diría alguien esta mañana a mi lado con esa sabiduría que tienen las personas
del pueblo.
La cuestión ahora no es ponerse
sentimental, a veces malas decisiones son capaces no solo de arrancar un árbol,
que de hecho cuando se sembró tampoco pasó por un análisis inteligente, sino de
arrancarte el alma, sin contar, claro, los llamados molestos gorriones, que al
fin y al cabo, eran parte del entorno y como fauna acompañante, también tenían
derecho.( el planeta no es sólo de los seres humanos). En pocas palabras: gente
sin sombra y gorriones sin casa.
Ni siquiera se trata de avalar
o no la necesidad de tumbar unos árboles, cuyas raíces han roto- no mucho-
según me fijé esta mañana en los que quedaban en pie, los canteros pequeños en
que fueron sembrados hace años en sustitución de los que había, ya que estos
que ahora se van sí eran los adecuados ¿
será?, indudablemente no.
Error con error se paga. Ya
estos no funcionan. Debió pensarse entonces, pero no se pensó.
El error a mi modo de ver está
ahora en la forma en que están siendo sustituidos, en un programa de “tumba y
bota”, mientras se siembran tímidamente, con menos premura que la acción de arrancar, unos arbustos
pequeñitos que según los especialistas ni van a crecer tan rápido, ni son los
adecuados, y cito a una persona de gran conocimiento, el ingeniero bayamés José
Zayas con quien compartí el artículo siguiente, escrito en Colombia, y pienso
que además de atinado, es perfectamente
válido, porque tierra es tierra, parque es parque y Ficus es Ficus,
donde quiera que se plante:
“Nombre científico: Ficus Benjamina. Nombre común: laurel.
Especie originaria del trópico asiático (India, China, Malasia) que alcanza 35
metros de altura y 25 metros de diámetro de copa, sus raíces son extendidas,
superficiales e incluso aéreas (sobresalen del suelo), de manera que son muy
agresivas y destructivas (Herrera,2009: 138)”
“...el ficus no se
debe sembrar en antejardines o zonas verde limitadas (...) su sistema radicular
superficial, por ser una especie hidrófita, apetece el agua y produce severos
daños en las redes de acueducto y alcantarillado” (1997: 2D).
Y continúa el artículo: “Frente
al ficus hay que decir que, hace 50 años cuando se empezó a plantar en las
ciudades colombianas, no se conocían los daños causados por sus gruesas y
extensas raíces que buscan el agua, y que por tanto rompen tuberías a gran
distancia de donde está el árbol plantado. Las raíces se meten en las tuberías,
allí crecen con holgura hasta que las taponan. Las reparaciones de este tipo de
daño, que se presentaron en Ibagué y por eso están prohibidos los ficus en esa
ciudad (al igual que en Neiva), son muy costosas y generan una serie de
problemas urbanos paralelos, como congestiones urbanas por vías cerradas
(durante meses) para la reparación de las tubos del alcantarillado taponado que
corren por debajo de las vías. Además de lo anterior, las raíces de este árbol
rompen cimientos de obras arquitectónicas y civiles En resumen, el ficus es una
especie apta para la China y Malasia, de donde es oriundo, pero es
completamente inadecuado para Colombia”.
En esta historia hay muchos responsables, y cada quien sabe o
sabrá, cuando crezcan los laureles, si hubiese sido menos costoso escoger una
especie adecuada, tumbar poco a poco e ir sembrando, quizás árboles más
grandes, que en poco tiempo brindaran la sombra y el bienestar que hasta hoy
ofreció este importante pulmón de la ciudad.
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