GRAND PRIX
Una mañana, Papi disparó a una paloma torcaza, que vio
posarse en una teca plantada leeeeeejos, al otro lado del río que corre al Sur
de la finca. Realmente sólo le tiró por
el reto de lo difícil, pero una vez abatida el ave debía recogerla, no por el
gasto de la bala o por necesidad de carne, sino por cumplir, al menos al final,
con uno de los principios ético-cinegéticos de los cazadores: no abatir aquello
que no se va a comer.
Recorrió la orilla aguas abajo, hasta donde había un
tronco que se usaba de puente, cruzó el río y lo remontó por la otra orilla
hasta la teca donde debía aguardarlo el resultado de su puntería. Halló sangre, mas no su fuente, rebuscó pero
no vio la torcaza. En eso se fijó en lo
que parecía una piedra semioculta en la hojarasca y vio que realmente era un
culebro grande y prieto, que había abacorado la paloma. Descubierto, simulaba cumplir un principio
ético-cinegético de los culebros: no
comerse aquello que no se ha estrangulado.
Ahí empezó el después famoso combate entre Papi y el culebro.
Papi rompió las hostilidades propinándole al culebro
un puntapié y raudo alejándose por si acaso.
El culebro soltó la presa y se alejó también, retorciéndose de
dolor. Conteo para el ofidio.
Papi se acercó a la torcaza –que parecía un referee entre los dos contendientes- y
se inclinó para recogerla. Error
táctico. El culebro, quien probablemente ya se había recuperado y sólo
fingía, se irguió en el acto sobre su cola, con el cuerpo plano y ancho como
una empleita de yarey, y la cabeza con los ojos desorbitados, las fauces
abiertas y la lengua provocativa,
amenazando a Papi desde arriba, sintiéndose superior. Conteo para el humano.
Tras el frío en el espinazo y el bombazo de adrenalina,
Papi saltó hacia atrás y se irguió también.
Gong. Fin del primer round.
En el ínterin ambos púgiles continuaron
estudiándose. Papi era más alto y ya
estaba sereno; pensó acabar aquello a macanazos, pero le pareció indigno de un hombre
con dos brazos en tanto el culebro no tenía con qué coger otra macana. Por su parte el culebro, no tan ruin como los
majaes pero cegado por las bajas pasiones, disimuló su desventaja y decidió
jugar sucio. Gong.
En el segundo round,
el culebro empezó a balancearse acompasadamente a uno y otro lado, emitiendo un
siseo monótono y mirando fijamente a Papi, tratando de hipnotizarlo con
técnicas de coba dera, la magia de
sus primas las serpientes, de quien la aprendieron ninjas y monjes.
Ello le dio a Papi, quien había visto entrenar kung fu a un chino de presa aprendiz de
carpintero, la idea y la ocasión de ripostar al culebro con similar estilo: flexionó una pierna, alzó los brazos
sobre su cabeza (posición de la serpiente) y empezó a balancearse igual que el
culebro.
No logrando resistir la guerra psicológica, el culebro
se desplomó y huyó bajo la hojarasca, entre la cual apenas se veía la punta de
la cola, que no parecía de un ofidio salvaje sino de un guayabito de ciudad
corriendo a esconderse en una cloaca.
Papi ganó por abandono.
Cobrada al fin la paloma, ahora convertida en trofeo,
el campeón regresó a la casa con la presa, que mi madre cocinó y Papi consumió
con gran deleite, pues en aquel momento ni siquiera la carne de un faisán le
habría parecido tan suculenta como la de aquella torcaza, que más que gusto a
paloma tenía el delicioso sabor de la victoria.
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