miércoles, 8 de abril de 2015

Cuentos de Cazadores. Cap 3.. GRAND PRIX



GRAND PRIX

Una mañana, Papi disparó a una paloma torcaza, que vio posarse en una teca plantada leeeeeejos, al otro lado del río que corre al Sur de la finca.  Realmente sólo le tiró por el reto de lo difícil, pero una vez abatida el ave debía recogerla, no por el gasto de la bala o por necesidad de carne, sino por cumplir, al menos al final, con uno de los principios ético-cinegéticos de los cazadores: no abatir aquello que no se va a comer.

Recorrió la orilla aguas abajo, hasta donde había un tronco que se usaba de puente, cruzó el río y lo remontó por la otra orilla hasta la teca donde debía aguardarlo el resultado de su puntería.  Halló sangre, mas no su fuente, rebuscó pero no vio la torcaza.  En eso se fijó en lo que parecía una piedra semioculta en la hojarasca y vio que realmente era un culebro grande y prieto, que había abacorado la paloma.  Descubierto, simulaba cumplir un principio ético-cinegético de los culebros: no comerse aquello que no se ha estrangulado.  Ahí empezó el después famoso combate entre Papi y el culebro.

Papi rompió las hostilidades propinándole al culebro un puntapié y raudo alejándose por si acaso.  El culebro soltó la presa y se alejó también, retorciéndose de dolor.  Conteo para el ofidio.

Papi se acercó a la torcaza –que parecía un referee entre los dos contendientes- y se inclinó para recogerla.  Error táctico.  El culebro, quien  probablemente ya se había recuperado y sólo fingía, se irguió en el acto sobre su cola, con el cuerpo plano y ancho como una empleita de yarey, y la cabeza con los ojos desorbitados, las fauces abiertas y la lengua provocativa,  amenazando a Papi desde arriba, sintiéndose superior.  Conteo para el humano. 

Tras el frío en el espinazo y el bombazo de adrenalina, Papi saltó hacia atrás y se irguió también.  Gong.  Fin del primer round.

En el ínterin ambos púgiles continuaron estudiándose.  Papi era más alto y ya estaba sereno; pensó acabar aquello a macanazos, pero le pareció indigno de un hombre con dos brazos en tanto el culebro no tenía con qué coger otra macana.  Por su parte el culebro, no tan ruin como los majaes pero cegado por las bajas pasiones, disimuló su desventaja y decidió jugar sucio.  Gong.

En el segundo round, el culebro empezó a balancearse acompasadamente a uno y otro lado, emitiendo un siseo monótono y mirando fijamente a Papi, tratando de hipnotizarlo con técnicas de coba dera, la magia de sus primas las serpientes, de quien la aprendieron ninjas y monjes.

Ello le dio a Papi, quien había visto entrenar kung fu a un chino de presa aprendiz de carpintero, la idea y la ocasión de ripostar al culebro con similar estilo: flexionó una pierna, alzó los brazos sobre su cabeza (posición de la serpiente) y empezó a balancearse igual que el culebro.

No logrando resistir la guerra psicológica, el culebro se desplomó y huyó bajo la hojarasca, entre la cual apenas se veía la punta de la cola, que no parecía de un ofidio salvaje sino de un guayabito de ciudad corriendo a esconderse en una cloaca.   Papi ganó por abandono.

Cobrada al fin la paloma, ahora convertida en trofeo, el campeón regresó a la casa con la presa, que mi madre cocinó y Papi consumió con gran deleite, pues en aquel momento ni siquiera la carne de un faisán le habría parecido tan suculenta como la de aquella torcaza, que más que gusto a paloma tenía el delicioso sabor de la victoria.



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